El “bichillo”... que acompaña
estas letras es el virus del Ébola. Y de tan pequeña que es... parece inofensivo.
Nos ha tenido entretenidos una buena parte del mes de agosto... pero como las
noticias duran el mismo tiempo que permanecen en las portadas de los
periódicos... ya casi lo tenemos olvidado. Aunque se siga contando muertos.
Esta vez... casi hemos rozado la
enfermedad. Un misionero, el Hno. Miguel Pajares, de la Orden Hospitalaria de
San Juan de Dios, quiso venir a España a curarse... o a bien morir. Y se montó
el lío. El lío del miedo. Un miedo provocado por nuestra más grave
enfermedad... de la que ya he hablado más veces: la enfermedad del “mientras a
mí no me toque”.
Desde los tiempos remotos los
virus no entienden de fronteras, y la peste mata al siervo y al emperador.
Hemos globalizado la economía, la ingeniería financiera, el comercio... pero no
hemos tenido ni tiempo ni ganas... para globalizar la educación, la justicia,
los Derechos Humanos... y la sanidad. Y este pequeño virus, la muerte... ahora
puede viajar en avión. Y el Ébola alarma a Occidente, al Norte, al rico, al
“civilizado”, al que cree que con su ciencia y sus medios económicos, lo puede
todo. Lo puede todo... como si fuera Dios.
Tan tranquilos estábamos. Han
varias décadas desde que conocer esta enfermedad, pero no tiene cura, ni
tratamiento. Es una enfermedad “de pobres”, cuyas vidas parecen valer menos...
no merece gastar en investigación... puede ser una “inversión poco rentable”.
Como la malaria, para la que todavía no hay vacuna, aunque afecte a millones de
personas. Todo ello mientras nuestras farmacias están repletas de medicamentos
para el colesterol.
Como relataba un misionero... el
tratamiento habitual es el siguiente: “Desde la OMS nos han hablado del
protocolo que se sigue en estos casos: si en una aldea se multiplican los
infectados, aíslan la aldea, dejan morir a todos, y luego incineran el lugar.
Parece que eso era algo que sólo se daba en las películas, pero a pesar de lo
duro que suena, sabemos que es así. Quizás ésa es una de las razones por las
que no se puede hablar con detalle de todo lo que conlleva la aparición de un
nuevo brote de ébola”. Desgarrador. Y vergonzante. En un continente donde se
muere a causa del Ébola... pero también... del hambre, la guerra, o de una
simple disentería por falta de agua potable. La triste realidad que seguirán
viviendo los habitantes de muchos países y muchos de nuestros misioneros.
Miles de misioneros que junto a
la Fe llevan, desde hace siglos, la salud, la educación, la dignidad y el
progreso a esa buena parte del mundo. Jesús dio de comer y de beber, curó a los
enfermos, resucitó a los muertos... dio la Comunión. El trabajo silencioso y
casi invisible de los misioneros es testimonio de Fe. Es testimonio, pero
también es grito. El grito de nuestros hermanos pobres que siguen reivindicando
la justicia, la paz, el pan, y la salvación que la vida y muerte Jesús trajo a
todos los hijos de Dios, a toda la humanidad.
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