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Txomin Pérez. Con la tecnología de Blogger.

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Son molinos

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25 + 1

29 de marzo de 2014



Ayer, sin ir más lejos, nos reunimos en el Seminario Menor Diocesano para celebrar los 25 años de la Escuela Diocesana de Tiempo Libre. Para los allí congregados fue un día para encontrarse, para el recuerdo, para el abrazo, para dar gracias por lo vivido, para celebrar la fe que nos une, para compartir...

Yo no he sido testigo de esta historia, pero si fue momento para rememorar la mía personal. Los recuerdos de cuando, de pequeño, me llevaron al grupo de Acción Católica de mi parroquia. El paso, como niño, y posteriormente como acompañante de niños... por un Tiempo Libre que sigo considerando como un espacio privilegiado. Un espacio privilegiado para la Evangelización, para la transmisión de valores, para la formación humana y espiritual de la persona. Porque el Tiempo Libre no es “tiempo perdido”.

Me reconozco en los grupos de nuestra Diócesis que “educan en el Tiempo Libre”. En la Acción Católica, en los Scout, en los grupos parroquiales o en los grupos de los colegios. Me reconozco, doy gracias a Dios por lo vivido en grupos parecidos... y pido que sigan siendo una realidad en nuestra Iglesia.

Este 25 aniversario... coincide con el primer aniversario del Pontificado del Papa Francisco,  desde aquella tarde en que se asomó, como sucesor de Pedro, al balcón central de la Basílica vaticana. Entre las cosas que nos ha dicho... hay una especialmente dirigida a los jóvenes: «Apostad por los grandes ideales, por las cosas grandes. Los cristianos no hemos sido elegidos por el Señor para pequeñeces. Hemos de ir siempre más allá, hacia las cosas grandes. Jóvenes, poned en juego vuestra vida por grandes ideales». Pongamos nuestra vista en “lo grande”. Y vayamos a por ello desde “lo pequeño”. Desde cada niño y niña que acompañamos en nuestros grupos.

Y al Papa y a la Escuela: FELICIDADES.

Curar las heridas

14 de marzo de 2014



«Yo veo claramente qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad. Yo veo a la Iglesia como un hospital de campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar desde abajo». En estas frases se condensaba buena parte de la entrevista que el Papa Francisco concedió el año pasado a Antonio Spadaro, director de “Civiltà Cattolica”. Curar las heridas.

Acompaño estas palabras con la imagen de una bella talla de la Virgen. Está en el Obispado de Palencia. Varias veces al día -salga o entre del despacho de la Oficina de Comunicación- me tengo que cruzar con ella. Y muchas veces, casi siempre, pienso que esta talla es como la Iglesia. Ha sufrido los envites del tiempo y puede ser que también los de los hombres; hay partes que han perdido su policromía original; en tiempos estuvo rota; ha perdido piezas...

No es lo que era... es lo que es. Creo que restaurarla por completo y dejarla como nueva hubiera sido un error. Porque, al mirarla, refleja el paso de los años y de la vida. Los misterios gozosos... y los misterios dolorosos. Y a pesar de todo, a pesar de los golpes y arañazos... sigue pareciéndome dulce, me sigue confortando, me sigue pareciendo Madre... y me sigue animando y acompañando a ir a donde vaya.

Ha dicho el Papa a los Obispos españoles lo siguiente: «Ahora que estáis sufriendo la dura experiencia de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente a una cultura mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público, conviene no olvidar vuestra historia. De ella aprendemos que la gracia divina nunca se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en la realidad actual con generosidad. Fiémonos siempre de Él y de lo mucho que siembra en los corazones de quienes están encomendados a nuestros cuidados pastorales».

Nos pide que abramos «nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón de todos, para que descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y hermano». Y nos dice que esto no será difícil «si vamos tras las huellas del Señor, que “no ha venido para que le sirvan, sino para servir”; que supo respetar con humildad los tiempos de Dios y, con paciencia, el proceso de maduración de cada persona, sin miedo a dar el primer paso para ir a su encuentro. Él nos enseña a escuchar a todos de corazón a corazón, con ternura y misericordia, y a buscar lo que verdaderamente une y sirve a la mutua edificación».

El Papa nos está pidiendo que nos convirtamos en sanadores desde «el amor y el servicio a los pobres» que «es signo del Reino de Dios que Jesús vino a traer», en Buenos Samaritanos con el prójimo que sufre. No nos está permitido pasar de largo. Debemos pararnos junto a él... y acercarnos «a la fuente de la caridad, a Cristo que “pasó haciendo el bien y curando a todos los oprimidos”». Y acercarnos «a su Iglesia, que es madre y nunca puede olvidar a sus hijos más desfavorecidos». Esa Iglesia que a veces vemos rota, o arañada...


 

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