Dice la canción que «somos tres,
si somos dos... y viene algún otro amigo». Pues eso nos pasó a su madre y a mí
el pasado 25 de junio. Que éramos dos... y llegó Ismael.
Que os diga que estamos muy
felices... os parecerá un tópico. Pero es cierto. Que os diga que compartir la
vida con un crío de cinco días -sin experiencia previa- es muy complicado... os
parecerá otro tópico... pero es cierto también.
Así que, a bote pronto se me
ocurre contaros que de repente... el centro de la casa ha cambiado de sitio.
Antes estaba en la mesa del salón, en la tele, en la cocina, en la cama del
matrimonio... iba cambiando de sitio. Ahora, el centro de la casa se ha ido a
la cuna. El lugar donde duerme el más pequeño, el último en llegar. Vigilado
por un pequeño ejército de osos de peluche... y hasta un dragón de colores.
Ahora que lo pienso... los
centros de las casas... tienen que estar en las cunas. Lo mismo que aquella vez
el centro del mundo se fue a la más humilde cuna. Aquella de un pesebre de
Belén.
También se me ocurre que... antes
de llegar Ismael al mundo... a cada contracción dolorosa que sentía su madre...
se multiplicaba el amor que siento por ella. No sé explicarlo. El que ya lo ha
vivido ya sabe a qué me refiero... y el que no lo ha vivido tendrá que
esperarse. Creo que durante milenios, los hombres hemos estado ajenos a este
“parirás con dolor y llanto”... acompañando, dando la mano, sufriendo con el
que sufre... y ya os digo... multiplicando el amor por esa mujer.
Tercera cosa que se me viene a la
cabeza. Gracias. Gracias a la familia, a los amigos... a los amigos de
encontrarnos por la calle y a los amigos de las redes sociales. Ha sido una
gozada sentir durante meses que se preocupan por ti, por las cosas que te
pasan, por cómo va el chavalillo, que qué tal la madre... Y ha sido muy
especial sentir el cariño de los demás cuando ya, por fin, dimos la buena
noticia. Doy gracias a Dios, varias veces al día... por sentirme querido, por
sentirnos queridos.
Y allá va la despedida... para el
pequeño Ismael:
Me da cierta vergüenza que leas
esto dentro de unos años y te dé por reírte de mí. Que sepas que te queremos
mucho. Pero mucho, mucho. Mucho. Que ahora, cuando escribo esto... tengo los
ojos un poco “húmedos”. Que haremos todo lo posible para que tengas una
infancia feliz... Para que crezcas sano. Para que tengas una buena educación...
pero no te falte tiempo para jugar. Que nos dan un poco lo mismo ciertas cosas.
Que si no llegas a ser el más listo de la clase, o el más guapo, o el mejor
jugando al fútbol... no pasa nada. No habrás defraudado a nadie. Son cosas
intranscendentes. Es infinitamente más importante ser buena persona. Ser
honrado. Ser justo. Ser trabajador.
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