En este número de Iglesia en
Palencia, nuestro Obispo titula su carta con un interrogante: “¿GUERRA SANTA?”.
Y por supuesto... la respuesta es no. “Santa” no. Pues ningún Dios ve con
buenos ojos el asesinato de inocentes. Y matar en nombre de Dios es grave
pecado. Contra los hombres... y contra Dios. Y la enseñanza de la Iglesia
exhorta a que las relaciones entre los pueblos encuentren su regulación en la
razón, la equidad, el derecho, la negociación... al tiempo que excluye el
recurso a la violencia y a la guerra, a formas de discriminación, de
intimidación y de engaño.
Pero a veces “no quedan más
narices”. Y la Iglesia -que es pacífica, no pacifista... que son cosas
distintas- reconoce que «las exigencias de la legítima defensa justifican la
existencia de las fuerzas armadas en los Estados, cuya acción debe estar al
servicio de la paz» [DSI 502] y «el derecho al uso de la fuerza en legítima
defensa está asociado al deber de proteger y ayudar a las víctimas inocentes
que no pueden defenderse de la agresión (...) en algunos casos es brutalmente
asesinada o erradicada de sus casas y de la propia tierra con emigraciones
forzadas, bajo el pretexto de una “limpieza étnica” inaceptable» [DSI 504]. Nos
encontraríamos pues, ante una GUERRA JUSTA... o mejor dicho, ante un
justificado uso de la fuerza. Y, en mi opinión, uso legítimo -y añadiría que
urgente- ante los graves acontecimientos que se repiten en Siria e Irak.
Pero sigo rumiando y, no tengo la
más remota idea de por qué, me vienen a la cabeza la cantidad de GUERRAS
INJUSTIFICADAS que emprendemos todos los días. “Guerras de andar por casa” por
los motivos más absurdos que se nos puedan ocurrir, sin justificación alguna...
y en las que no gana nadie... y perdemos todos. “Guerras de andar por casa”...
porque, por ejemplo, has puesto esa silla donde a mí no me gusta; o te has
sentado en esa silla sin mi permiso; o has pintado esa silla de un color que no
pega por las paredes; o estás dando un uso no habitual a esa silla. “Guerras de
andar por casa” que no dejan víctimas mortales... pero que destrozan la
convivencia. “Guerras de andar por casa” absolutamente evitables porque
repito... no hay ganancia... y sí mucha perdida.
En definitiva... todas ellas son
GUERRAS ABSURDAS, que es lo que son todas las guerras: absurdas. Porque lo
racional y verdaderamente humano y, por supuesto, cristiano, es el diálogo, la
comprensión, la acogida del otro, el consenso (un mismo sentir) y la
cordialidad (un mismo corazón). Cinco armas al alcance de todos -poderosos y
humildes- para acabar con las guerras. Pues como nos dijo Pío XII un 24 de
agosto de 1939: «Nada se pierde con la paz; todo puede perderse con la guerra».
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