Desde hace unos días hay un
anuncio en la televisión que nos pone un nudo en la garganta. A veces, la
publicidad -sin olvidarse de su objetivo... vender- es capaz de recordarnos
cosas que no deberíamos haber olvidado. Y no os voy a explicar el anuncio
-porque supongo que ya lo habréis visto- pero ya os digo que encuentro más VIDA
en estos 150 segundos que en muchas películas de 90 minutos... y por
supuesto... más que en todos los telediarios del año... juntos.
Dicho esto... también os digo que
me deja un profundo regusto agridulce el anuncio de la lotería. “EL MAYOR
PREMIO ES COMPARTIRLO” nos dice. Pues SÍ, tan cierto como que ahora es de día.
Y, según cuentan... cosas como estas ya pasaban antaño. «El grupo de los
creyentes tenía un solo corazón y una sola alma: nadie llamaba suyo propio nada
de lo que tenía, pues lo poseían todo en común. Los apóstoles daban testimonio
de la resurrección del Señor Jesús con mucho valor. Y se los miraba a todos con
mucho agrado. Entre ellos no había necesitados, pues los que poseían tierras o
casas las vendían, traían el dinero de lo vendido y lo ponían a los pies de los
apóstoles; luego se distribuía a cada uno según lo que necesitaba» (Hch 4,
32-34)).
Lo que os digo... “pasaba”. Y no
es mala cosa que la publicidad venga a recordarnos que “en compartir está el
mayor premio”. Pero NO me gustaría que esto se quedara en el típico arrebato
prenavideño. Que somos muy dados a ello. Y SÍ me gustaría que este “mayor
premio” lo buscáramos durante todo el año. Aprovechando todo momento y
oportunidad. Pues seguramente todo sería distinto si eso hiciéramos.
Hace años, en otras circunstancias
de mi vida, hablábamos de “el compartir -no solo económico- como actitud
evangélica”. Y lo mismo tenemos que volver a hablar de ello. Y apuntando en “no
solo lo económico” pues aunque necesario, y más en estos tiempos... muchas
veces “lo fácil” es tirar de ese “algo suelto” en el bolsillo... El “gesto” es
rápido y tranquiliza conciencias.
Más complicado es «ambicionad los
carismas mayores» (1 Co 12, 31) y compartirlos, ponerlos a disposición de los
demás...
Nuestro tiempo, nuestros
talentos, nuestras ideas, nuestras manos, nuestras sonrisas, nuestros oídos...
Cada uno se tendrá que mirar por dentro y responder a la pregunta: ¿Qué “mayor
premio” tengo yo... para poder compartir? Ahí os lo dejo. Y ahí me lo dejo.
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«Entonces, ¿qué, hermanos? Cuando
os reunís, uno tiene un salmo, otro tiene una enseñanza, otro tiene una
revelación, otro tiene don de lenguas, otro tiene una interpretación: hágase
todo para edificación» (1 Co 14, 26)
«Ante todo, mantened un amor
intenso entre vosotros, porque el amor tapa multitud de pecados. Sed
hospitalarios unos con otros sin protestar. Como buenos administradores de la
multiforme gracia de Dios, poned al servicio de los demás el carisma que cada
uno ha recibido» (1 Pe 4, 8-10)
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PD: Aunque el anuncio se adelante
“como el almendro”... y nos meta en la Navidad... aun no es tiempo de deciros
Feliz Navidad.
Y sí FELIZ ADVIENTO.
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