Nos dice la Doctrina Social de la
Iglesia que «La autoridad debe reconocer, respetar y promover los valores
humanos y morales esenciales. Estos son innatos, “derivan de la verdad misma
del ser humano y expresan y tutelan la dignidad de la persona. Son valores, por
tanto, que ningún individuo, ninguna mayoría y ningún Estado nunca pueden
crear, modificar o destruir”. Estos valores no se fundan en “mayorías” de
opinión, provisionales y mudables, sino que deben ser simplemente reconocidos,
respetados y promovidos como elementos de una ley moral objetiva, ley natural
inscrita en el corazón del hombre, y punto de referencia normativo de la misma
ley civil». Y continua diciendo: «La autoridad debe emitir leyes justas, es
decir, conformes a la dignidad de la persona humana y a los dictámenes de la
recta razón: “En tanto la ley humana es tal en cuanto es conforme a la recta
razón y por tanto deriva de la ley eterna. Cuando por el contrario una ley está
en contraste con la razón, se le denomina ley inicua; en tal caso cesa de ser
ley y se convierte más bien en un acto de violencia”».
Supeditar los principios,
creencias y convicciones... “negociar” con los valores humanos y morales
esenciales por razones estratégicas de presumibles réditos electorales... es
una indignidad. Incumplir los programas electorales, que son un contrato moral
con los votantes, es una indignidad. Y el que lo hace es indigno. Del latín
indignus. Que no tiene mérito ni disposición para algo. O que es inferior a la
calidad y mérito de alguien o no corresponde a sus circunstancias.
La muerte de seres inocentes
nunca está justificada lo diga quien lo diga. El ser humano es un fin en sí
mismo y nunca un medio para resolver otras dificultades. Y en esto no vale
abstenerse. Las posibles soluciones no pueden ser siempre las mismas y tirando del
eufemismo interrupción voluntaria del embarazo... para hablar de la muerte de
un ser humano. Porque de esto se trata. ¿Hasta cuándo la matraca de que “el
feto es ser humano pero no persona humana”?
Hemos perdido, de nuevo, en el
Parlamento... lo ya perdido en la calle. El convencimiento de que el ser humano
es siempre sagrado e inviolable, en cualquier situación y en cada etapa de su
desarrollo.
Y tres cosas que he leído por
ahí... y hago mías:
1. Que nos vaya quedando claro...
ningún partido en España defiende los valores cristianos pues el “Ser Político”
se pone por encima del “Ser Discípulo”, aunque entre sus filas haya quien se
denomine cristiano. Es necesario exigir coherencia a los líderes políticos que
se definen como tales.
2. Dijo Santa Teresa que “la
Verdad padece, pero no perece”.
3. Estamos como estábamos. Ahora
toca despertar y a hacer caso al Papa. Toca arremangarse y ponerse a ayudar
-más y mejor- a las madres y a los padres en dificultades. Eso sí que está en
nuestra mano.
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