«Yo veo claramente
qué es lo que más necesita la Iglesia hoy: la capacidad de curar las heridas y de
calentar los corazones de los fieles, la cercanía y la proximidad. Yo veo a la Iglesia
como un hospital de campo después de una batalla. ¡Es inútil preguntarle a un herido
grave si tiene alto el colesterol o el azúcar! Hay que curar sus heridas. Después
podremos hablar de lo demás. Curar las heridas, curar las heridas... Y hay que comenzar
desde abajo». En estas frases se condensaba buena parte de la entrevista que el
Papa Francisco concedió el año pasado a Antonio Spadaro, director de “Civiltà Cattolica”.
Curar las heridas.
Acompaño estas
palabras con la imagen de una bella talla de la Virgen. Está en el Obispado de Palencia.
Varias veces al día -salga o entre del despacho de la Oficina de Comunicación- me
tengo que cruzar con ella. Y muchas veces, casi siempre, pienso que esta talla es
como la Iglesia. Ha sufrido los envites del tiempo y puede ser que también los de
los hombres; hay partes que han perdido su policromía original; en tiempos estuvo
rota; ha perdido piezas...
No es lo que
era... es lo que es. Creo que restaurarla por completo y dejarla como nueva hubiera
sido un error. Porque, al mirarla, refleja el paso de los años y de la vida. Los
misterios gozosos... y los misterios dolorosos. Y a pesar de todo, a pesar de los
golpes y arañazos... sigue pareciéndome dulce, me sigue confortando, me sigue pareciendo
Madre... y me sigue animando y acompañando a ir a donde vaya.
Ha dicho el Papa
a los Obispos españoles lo siguiente: «Ahora que estáis sufriendo la dura experiencia
de la indiferencia de muchos bautizados y tenéis que hacer frente a una cultura
mundana, que arrincona a Dios en la vida privada y lo excluye del ámbito público,
conviene no olvidar vuestra historia. De ella aprendemos que la gracia divina nunca
se extingue y que el Espíritu Santo continúa obrando en la realidad actual con generosidad.
Fiémonos siempre de Él y de lo mucho que siembra en los corazones de quienes están
encomendados a nuestros cuidados pastorales».
Nos pide que
abramos «nuevos caminos al evangelio, que lleguen al corazón de todos, para que
descubran lo que ya anida en su interior: a Cristo como amigo y hermano». Y nos
dice que esto no será difícil «si vamos tras las huellas del Señor, que “no ha venido
para que le sirvan, sino para servir”; que supo respetar con humildad los tiempos
de Dios y, con paciencia, el proceso de maduración de cada persona, sin miedo a
dar el primer paso para ir a su encuentro. Él nos enseña a escuchar a todos de corazón
a corazón, con ternura y misericordia, y a buscar lo que verdaderamente une y sirve
a la mutua edificación».
El Papa nos está
pidiendo que nos convirtamos en sanadores desde «el amor y el servicio a los pobres»
que «es signo del Reino de Dios que Jesús vino a traer», en Buenos Samaritanos con
el prójimo que sufre. No nos está permitido pasar de largo. Debemos pararnos junto
a él... y acercarnos «a la fuente de la caridad, a Cristo que “pasó haciendo el
bien y curando a todos los oprimidos”». Y acercarnos «a su Iglesia, que es madre
y nunca puede olvidar a sus hijos más desfavorecidos». Esa Iglesia que a veces vemos
rota, o arañada...
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