Hay temas
que a uno se le escapan. No tenemos ni la preparación, ni la formación, ni el
talento para tocar determinados temas... Y es mejor tomar palabras prestadas.
Un buen préstamo es el que nos hace el jesuita James Martin, que publicaba lo
siguiente en America Magazine, el pasado 11 de febrero:
¿Debería
poder renunciar un papa enfermo? Para Juan Pablo II, la imagen del papa anciano
y doliente tuvo un valor espiritual para su grey; para Benedicto XVI, ante todo
es preciso cumplir bien un cometido. El discernimiento es siempre algo muy
personal y es bueno caer en la cuenta de cómo dos hombres de profunda
espiritualidad pueden tomar decisiones completamente distintas. Dios habla de
forma diferente a personas diferentes incluso al enfrentarse a una misma
cuestión.
En la vida
de los santos, por ejemplo, vemos situaciones similares. Cuando san Francisco
de Asís tuvo que afrontar una dolorosa enfermedad ocular, contraída, en opinión
de aquellos médicos por derramar demasiadas lágrimas durante la Eucaristía, el
santo prefirió persistir en aquellas prácticas de piedad. Sin embargo, cuando a
san Ignacio le sucedió algo parecido, decidió seguir el consejo de los médicos
y replanteó sus devociones, de modo que le permitieran tener suficiente salud
como para ejercer bien su trabajo. Ambos habían respondido a lo que ellos
creían que la voluntad de Dios trataba de inspirar en sus vidas. El papa ha
hecho gala también de una gran libertad espiritual en su renuncia, lo que san
Ignacio llamaba ser libre frente a los “apegos desordenados”. Poco usual es
hoy, desde luego, el ejemplo de quien renuncia voluntariamente a un poder
semejante.
No hay comentarios:
Publicar un comentario