Tengo que confesar que tenía la
idea... pero me costaba un triunfo expresarla. Lo que quería contaros Ricardo
Benjumea, en Alfa y Omega, lo hace con claridad:
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Ha empezado un nuevo tiempo
político en España. El gran acuerdo social que se fraguó en la Transición se
descompone a marchas forzadas y es hora de renovarlo. Entre todos. Entra aire
fresco, llegan nuevos actores al juego político, la renovación irá seguramente
también penetrando -lo iremos viendo- en los viejos partidos. Jóvenes y otros
colectivos que hasta ahora no se sentían representados van a aportar un valioso
caudal de ilusión al sistema. Éste es el cambio de fondo más positivo que
señalan las elecciones del pasado domingo. Pero la ilusión no hará desaparecer
por sí sola los problemas. Y los retos son enormes. Ánimo y suerte a los
intrépidos. Y por favor, un poco de humildad y cautela... Ni todo lo viejo es
malo, ni por ser de izquierdas son menos peligrosos los sectarismos maniqueos.
Entre el laicado católico, se
aprecia tanta ilusión como desconcierto. Y cierto miedo. Compartimos
ampliamente los ideales de justicia social y regeneración democrática que
abanderan los nuevos liderazgos, que sin embargo a veces nos señalan como
obstáculo para el cambio. Se miran con suspicacia los conciertos con la Santa
Sede, la asignatura de Religión en la escuela pública... Ni hablar ya del
derecho a la vida o la defensa de la familia, valores que, si ningún partido ha
defendido seriamente del 78 en adelante, menos todavía habrá que contar con que
lo haga nadie en el nuevo escenario. Hará falta una nueva pedagogía: hacer más
visible que ésta no es una lucha contra nadie, sino en defensa de los
fundamentos de una sociedad auténticamente fraterna.
Es momento de sumar donde se
pueda, con la máxima generosidad, para ayudar a hacer realidad el sueño de una
España más justa y decente. Sumar, sin miedo a contaminarse, pero sin delegar
más de la cuenta. No estaría de más, en ese sentido, fijarse un poco en esos
jóvenes que, hace 4 años, gritaban en la Puerta del Sol de Madrid: «No nos
representan», y se pusieron manos a la obra para representarse ellos mismos,
convencidos de que «sí se puede». Echarse en los brazos de abogados mercenarios
en pleitos que sólo se ganan con mucha fe y enormes dosis de coraje, a la
larga, sólo complica las cosas.
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