“Se impone a
todos los fieles cristianos la noble obligación de trabajar para que el mensaje
divino de la salvación sea conocido y aceptado por todos los hombres de
cualquier lugar de la tierra” [Apostolicam Actuositatem, 3].
El tiempo
litúrgico sigue su camino... Con intensidad contemplando con admiración un Dios
que se hacía Niño. Escuchamos atónitos el mensaje liberador de Jesús de
Nazaret. Hemos transitado la Cuaresma. Hemos padecido junto a Él su pasión
cruel... hemos llorado -junto a María- a los pies de la cruz. Hemos reconocido,
como el soldado romano a los pies de la cruz, que verdaderamente era el hijo de
Dios. Hemos anunciado su muerte y proclamado su resurrección... Y comprobaremos
cómo subirá al Padre, asegurándonos que estará con nosotros todos los días
hasta el final de este mundo. ¿Y ahora qué?
Dios ha dado
su muestra más grande de amor infinito a este mundo, ha renovado su alianza, ha
mezclado la historia de salvación con la historia humana. Lo sucedido hace dos
mil años sigue sucediendo cada día... ¿Y ahora qué?
Ahora nos
toca vocear la Buena Noticia de la Resurrección. No son teorías lo que
contamos, son experiencias vitales, reales, que se pueden tocar. Vivimos en “un
aquí y un ahora”, inmersos en la realidad de nuestro pueblo.
La
Resurrección nos urge a anunciar la dignidad de millones de hijos de Dios. La
dignidad de los humillados por tantas situaciones laborales que deshumanizan,
por tantas desigualdades sociales, en el paro, en tantos inmigrantes abocados a
la desesperación, en injusticias económicas, en familias rotas... Tenemos delante
un mundo que está esperando nuestro mensaje de Vida y Plenitud.
La
Resurrección nos anuncia un atisbo de esperanza, asomando por el umbral de la
sociedad. ¿Algo tendremos que decir y hacer como hijos de Dios, signo de su
presencia en el mundo?
Hagámoslo
juntos, todos uno en el Padre. En nombre de nuestro Padre y no en nuestro
nombre. Desde el Amor del Padre, en comunión con el Hijo e impulsados por el
Espíritu.
Un gran
horizonte se nos abre, una gran misión. La Iglesia entera nos convoca, cada uno
desde su don, su carisma. ¡Es nuestra hora!
Feliz Pascua
de Resurrección... y buen trabajo.
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